MTRA. HANAE BELTRÁN NISHIZAWA
5577-3541
Para este número he decidido escribir sobre el duelo que se elabora tras una muerte inesperada, es decir, cuando alguien joven o en la plenitud de su vida parte. El evento siempre llegará como un torbellino que arrasa con toda la tranquilidad que se tenía, pues siempre se piensa que no es la condición natural de la vida.
Desde el momento en que nacemos y en cada una de las etapas de nuestra vida, estamos expuestos a fallecer, sin embargo, no se estamos pensando todo el tiempo en ello, pues tal situación nos paralizaría; siendo así, que cuando llegan estas noticias jamás esperadas, rompen la certeza de la que gozábamos hasta ese momento y nos lleva a pensamientos de negación como: ¡Esto no puede ser! ¡Así no tenían que pasar las cosas! ¡Esto es una pesadilla! Entre muchos otros.
En este tipo de acontecimientos se instala una sensación de que esa persona, que ha partido antes de tiempo según nuestra percepción, le falta por hacer muchas cosas, cumplir sus sueños y objetivos o resolver algo importante, decir o expresar algo, pasar tiempo con sus seres queridos, etc.
Las expectativas respecto de esa persona terminan y eso parece profundamente injusto y doloroso. Con aquel que ha partido regularmente hay culpa o enojo, por supuesto mezclado con una profunda tristeza.
Y ante tanta desorganización y dolor, ¿qué podemos hacer?
1.- Conocer lo sucedido, por impactante que sea la causa de muerte, es importante que se tenga la respuesta a ¿qué pasó?
2.- Aceptar la fragilidad humana, vivenciando la profundidad de los sentimientos como dolor, enojo, tristeza, entre muchos otros.
3.- Reaccionar ante la impotencia de no poder hacer nada, poniendo en práctica las fortalezas con las que se cuente.
4.- Readaptarse a la nueva condición, tolerando el vacío que ha dejado la persona que partió.
5.- Resignificar la pérdida, entendiendo que esa persona vivirá permanentemente en la memoria y que se tendrá la fortaleza para continuar disfrutando la vida, aun habiendo vivido ese capítulo tan traumático en la existencia, incluso valorando el sentido de la propia vida.
A continuación, se exponen algunas dudas sobre cuestiones muy cotidianas que se pueden tener.
- Es importante cumplir con los deseos expresados en vida de la persona que ya no está, como qué hacer o con quién poner sus restos.
- Los rituales son importantes para ir reaccionando paulatinamente.
- Las cosas del ser querido tienen que ser retiradas de sus lugares habituales, hasta en tanto se decida qué hacer con ellas, nunca dejarlas intactas.
- Se puede tener en la casa o en el trabajo un lugar especial para recordarlo, pero nunca dejar todo como el difunto lo haya dejado.
- Tomar en cuenta el punto de vista de los seres queridos más cercanos sobre el momento en que muriera, pues es muy común que no siempre sus deseos los sepa la familia, sino algún buen amigo o alguien de su círculo cercano de convivencia.
- No dejar de disfrutar la vida, pues no existe mejor conmemoración que valorando cada instante de la existencia.
- Escribirle una carta que se pueda depositar en el lugar donde descansan sus restos podría ser un ejercicio liberador.
Y recuerda, si no logras superarlo, busca acompañamiento experto.
Porque el dolor no tiene horarios 24 horas los 365 días del año.